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En Cierta Ciencia, de la mano de la genetista Josefina Cano nos acercamos, cada quince días, al trabajo de muchos investigadores que están poniendo todo su empeño en desenredar la madeja de esa complejidad que nos ha convertido en los únicos animales que pueden y deben manejar a la naturaleza para beneficio mutuo. Hablamos de historias de la biología.

Ahora sí, la herencia bien entendida

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Fue Thomas Hunt Morgan, el más que dinámico biólogo que se pasaba su vida de investigador en el laboratorio en el famoso Cuarto Volador, quien puso muchísimo empeño en desvirtuar los postulados equívocos de los eugenistas. No tenía mayores conocimientos de psicología pero sí el bagaje de un serio entendedor de cómo se comportaban las unidades de información que se transmitían de padres a descendientes en sus experimentos con la mosca de la fruta.

Un día, Morgan y sus colegas encontraron en el laboratorio una mosca de sexo masculino con ojos blancos en lugar de los rojos normales. ¿Era una especie nueva, que por lo mismo no podía tener descendencia con sus congéneres? La cruzaron con una hembra de ojos rojos y ahí estaba, una descendencia con ojos rojos. El siguiente cruce entre estos descendientes híbridos mostró que algunos, todos machos, tenían los ojos blancos, y las hembras rojos. El desconcierto inicial dio paso a uno de los momentos importantes de la genética: las unidades de herencia que acabarían llamándose genes residían en los cromosomas de los padres, que al igual que en humanos eran XX para las hembras y XY para los machos. El color blanco de los ojos, exclusivo de los machos, podría estar en el cromosoma X o en el Y.

Siguieron con los cruces y al final acabaron convencidos de que el color blanco estaba en el cromosoma X. La explicación al rompecabezas fue que el color blanco en las hembras estaba enmascarado por la acción de un X rojo en tanto que el blanco en los machos se podía ver pues sólo tienen un X. A esa mutación se la llamó recesiva. Las hembras con una mutación en uno de sus cromosomas X siguen con sus ojos rojos pues el otro cromosoma es normal.

Si se recuerdan los experimentos de Mendel, ocurría lo mismo con sus famosas plantas altas y bajas, sus guisantes con las semillas lisas o arrugadas y las otras cinco características que estudió.

Una característica, plantas bajas, desaparece en la primera generación, se esfuma pero luego reaparece cuando quienes se cruzan son las híbridas. Las plantas altas tienen algún factor que enmascara al de las pequeñas. Mendel lo llamó dominante y en consecuencia a su contraparte, recesivo. No había tal desaparición de las plantas bajas, solo que las plantas altas híbridas guardaban la información “escondida”. Mendel los llamó formas pero en 1900 se los denominó alelos: información de las características que se heredan, venidas de un progenitor y del otro. Dos alelos para este caso.

Mendel, Morgan, y otros tantos estudiosos de las leyes de la herencia habían esclarecido los mecanismos esenciales de cómo se transmiten las características de progenitores a descendientes aunque no siempre ocurre de forma sencilla.

La desgracia de la interpretación unilineal y perniciosa de la herencia mendeliana llevó a pretender que en los humanos la herencia de la inteligencia y de las habilidades cognitivas seguían el mismo patrón, y al movimiento eugenista propagado por psicólogos que ignoraban o quisieron ignorar la complejidad inherente al comportamiento de los seres humanos.

“Está fuera de lugar pretender que existe un único factor mendeliano que pueda explicar condiciones como el retardo mental”, escribió Morgan. Además fue muy crítico con quienes estudiaban la herencia de los problemas cognitivos sin siquiera haberse aclarado sobre qué era o cómo se definía la inteligencia. “Nuestras ideas son más bien vagas sobre su definición”, declaró.

En su trabajo con las moscas, Morgan había aprendido mucho sobre la influencia del medio ambiente. Sus estudiantes habían descubierto una cepa de moscas que tenían un desarrollo normal si nacían en el verano pero tendían a tener unas patas extralargas si lo hacían en el invierno. Ocurría lo mismo si cambiaban las condiciones de incubación de las larvas, lo que los llevó a pensar que no tenía sentido alguno hablar de los efectos de alguna mutación sin tener en cuenta el medio ambiente en que se produce.

Cuando Morgan le puso atención al caso de la familia Kallikak**, no vio prueba alguna de la herencia del retardo mental, vio a cambio muchas generaciones de gente pobre sufriendo condiciones precarias. “Resulta evidente que estos grupos de individuos han vivido en condiciones precarias que minan las de cualquier persona normal”, escribió. “Los efectos más bien son comunicados que heredados”.

En consecuencia, según los argumentos de Morgan, era en esencia ridículo echar mano de la eugenesia para supuestamente tratar de mejorar la humanidad.

Pegando un brinco en el desarrollo posterior de la ciencia de la herencia y a modo de paréntesis, una reflexión: es un hecho que el ADN en su actividad normal para duplicar el material para su posterior división, comete muchos errores. Muchos de ellos son inocuos pero otros tienen consecuencias nocivas. El proceso es imperfecto, en una humanidad imperfecta. Querer lograr la perfección equivaldría a eliminar la humanidad.

Pero en lo que estábamos. Morgan siguió en su pelea frontal con los eugenistas. “Los estudiosos de la herencia harían bien en entender mejor las causas sociales de las deficiencias”, concluyó. No estuvo solo pues otros biólogos se le unieron hasta lograr desmontar los argumentos de uno de los momentos más oscuros de la ciencia.

Morgan y su equipo recibieron la visita de un zoólogo inglés, William Bateson, convertido en un soldado de la causa mendeliana. Pronto convenció a Morgan que una hipótesis que venía trabajando y considerando como la mejor explicación que uniría los campos de la fisiología, la embriología y el desarrollo de los individuos, estaba en una entidad que pronto tomaría forma en las charlas entre los miembros del equipo de Morgan.

Las unidades de información, transmitidas de progenitores a descendientes, responsables de mantener la armonía en el desarrollo embriológico pero también capaces de generar múltiples variables, eran los genes.

Los aportes de embriólogos de la altura de Theodor Bovery y Walter Sutton, entre otros, aclararon que los genes se encontraban en el núcleo de las células, en esas estructuras con forma de cintas que se coloreaban, los cromosomas. Ahí tenían su residencia y desde ahí impartirían las órdenes para realizar todas las actividades de los organismos, desde la fecundación hasta el desarrollo de un organismo.

El conjunto de esas unidades de herencia, define lo que se conoce como genotipo, la información que se transmitirá de padres a descendientes, residente en los cromosomas. Pero ese genotipo, ni es suficiente ni está aislado; los ejemplos de las moscas y la acción del medio ambiente y las enseñanzas de la eugenesia (son las condiciones de miseria y pobreza las que dan paso a individuos con deficiencias cognitivas), le añaden un factor esencial y definitivo a la acción de los genes, a su expresión, a su manifestación. Es lo que se define como fenotipo.

Así, tenemos un concepto fundamental: genotipo + medio ambiente = fenotipo.

Una noción que ya no nos abandonará, un primer ladrillo en el robusto edificio que encierra la estructura y funcionamiento de todos los seres vivos y del que seguiremos hablando, reforzando que características tan complejas como la inteligencia en los humanos, por poner un ejemplo de los muchísimos que existen, exhiben en su fenotipo una tremenda influencia del medio ambiente.

JOSEFINA CANO
Ph.D. Genética Molecular

Más información en el Blog Cierta Ciencia

Obras de Josefina Cano:

Viaje al centro del cerebro. Historias para jóvenes de todas las edades (Amazon)

En Colombia en la Librería Panamericana y en Bogotá en la Librería Nacional

Viaje al centro del cerebro. Historias para jóvenes de todas las edades. (Planeta)


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