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Ulises y la Ciencia

Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.

Llueven piedras

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Polvo cósmico

Los choques celestes no son tan raros como nos han hecho creer. Todos los días, montones de cuerpos errantes colisionan con la Tierra, pero suelen ser tan diminutos que ni siquiera nos enteramos. Si el choque se produce de noche, es posible que alguno nos sorprenda con una estela brillante y efímera. Basta un grano de roca de apenas un gramo para dar luz a una estrella fugaz tan brillante como Venus.

Se calcula que cada día caen a la Tierra alrededor de 20.000 meteoros de una masa superior a un gramo. Si pudiéramos contarlos todos, incluso los que no se ven porque no son lo suficientemente grandes como para proporcionar un resplandor visible al ojo desnudo, se contarían por millones. Si, en un alarde de habilidad, lográramos reunir todo el polvo cósmico que cae sobre la Tierra en un solo día, obtendríamos 3.000 toneladas.

No todos los proyectiles que llegan del espacio exterior son tan pequeños y efímeros. Algunos, llamados meteoritos, son lo suficientemente grandes como para atravesar toda la atmósfera e impactar contra la superficie terrestre. Son mensajeros del espacio que nos regalan toneladas de materia de muy diversa procedencia. Muchos vienen del Cinturón de Asteroides que existe entre Marte y Júpiter, otros son restos de cometas y algunos tienen orígenes más curiosos e interesantes.

Meteoritos lunares

Mucho antes de que el hombre diera su tímido salto a la Luna y regresara con unos cuantos kilos de piedras, ya teníamos entre nosotros rocas lunares. Habían llegado hasta aquí en forma de meteoritos, gracias a una carambola cósmica. Hace miles de millones de años, una cantidad considerable de grandes asteroides y cometas chocaron contra nuestro satélite. El encontronazo de algunos de ellos fue tan violento que una porción de rocas fueron arrancadas de la superficie lunar y lanzadas al espacio. Más tarde, algunos de esos trozos cayeron sobre la Tierra. Han sido identificados más de 130 meteoritos lunares y hay muchos más. También se han identificado meteoritos procedentes de Marte y de otros lugares del Sistema Solar ¡Quién sabe cuanta historia hay grabada en cada uno de esos regalos del cosmos!

Atravesando el Sistema Solar deambulan cuerpos de todos los tamaños, muchos de ellos son lo suficientemente grandes como para representar un peligro para nuestras vidas. Las probabilidades de colisión son pequeñas, por supuesto, pero los efectos pueden llegar a ser devastadores, por eso debemos mantenernos alerta. El daño que puede causar un meteorito depende de muchos factores: de su tamaño, de su composición, de la velocidad de entrada en la atmósfera, de su trayectoria… Son demasiadas incógnitas como para describir el suceso con exactitud. No obstante, podré algunos ejemplos.

El daño que puede causar el impacto de un meteorito

Los objetos menores de diez metros de diámetro no suelen causar problemas. Si no son lo suficientemente compactos, estallarán y se desintegrarán totalmente o en partes más pequeñas antes de tocar tierra.

A partir de los diez metros de diámetro la potencia destructiva del meteorito va creciendo. Si no es lo suficientemente compacto estallará antes de alcanzar la superficie. En febrero de 1994, un objeto no metálico del tamaño de un camión cayó sobre el Océano Pacífico. Estalló a 30 kilómetros de altura con una potencia semejante a una bomba atómica como la de Hiroshima. Fue un espectáculo impresionante, brilló más que el mismo sol y provocó un gran estruendo. Pero no produjo daños. A ese tipo de impactos se les llaman bólidos. El más reciente y espectacular de ellos cayó a poca distancia de la ciudad rusa de Chelíabinsk el 15 de febrero de 2013. Se trataba de un cuerpo de unos 17 metros de diámetro que estalló en la atmósfera y cuyas imágenes sorprendieron a todo el mundo. Aquel acontecimiento espectacular fue grabado por múltiples testigos y pertenece ya a la historia moderna de los meteoritos.

Cuanto mayor es el objeto, más cerca de la superficie estalla. Un caso clásico sucedió en Tunguska, Siberia, en 1908. Un cuerpo tan grande como un edificio de 15 plantas estalló a 8 kilómetros de altura con una potencia seiscientas veces mayor que la bomba de Hiroshima. Produjo una onda expansiva que destruyó 1000 hectáreas de bosque y provocó incendios a 15 kilómetros de distancia del estallido. Solo por una cosa la catástrofe fue diferente a una explosión nuclear: la ausencia de radiactividad. Se calcula que un suceso así tiene lugar una vez cada trescientos años. Son datos estadísticos, pero las estadísticas deben interpretarlas correctamente. Sus resultados son valores medios que no garantizan que dos sucesos no se vayan a repetir en un corto periodo de tiempo.

Grandes cataclismos

En teoría al menos, son posibles todo tipo de colisiones imaginables. Se ha calculado que un meteorito tan grande como una montaña viene a caer con una frecuencia media de 5000 años. Un caso así produciría la mayor catástrofe de la historia de la humanidad. Si un asteroide de 200 metros de ancho cayera en la mitad de Océano Atlántico, produciría una ola de 200 metros de altura. Los efectos serían terribles. Todas las ciudades costeras de Europa y América serían barridas del mapa… Pero si el meteorito fuera de un kilómetro de diámetro, la explosión sería equivalente a un millón de megatones. Cubriría la atmósfera de polvo y durante al menos un año no sería posible cultivar nada en todo el planeta por falta de luz. Uno de estos cae cada 300.000 años por término medio. Pero aún pueden suceder, y de hecho han sucedido, mayores desgracias. Un meteorito, tal vez de 10 kilómetros de diámetro, acabo con la mitad de la vida de la Tierra hace 65 millones de años. Los dinosaurios son mudos testigos de ello.

Los potenciales enemigos están ahí fuera, orbitando alrededor del Sol, en forma de asteroides o cometas. Existen millones de asteroides, especialmente en el cinturón situado entre las órbitas de Marte y Júpiter. Sus órbitas no son tan estables como debieran porque, con el tiempo, las perturbaciones gravitacionales ejercidas por los planetas y otros cuerpos, empujan a algunos de ellos a órbitas más cercanas al Sol. Estos son los llamados NEOs (Near Earth Objects) acrónimo inglés que define a los objetos cercanos a la Tierra.

Se define como NEO a todo asteroide que pasa, al menos durante una parte de su órbita, a distancias inferiores al millón de kilómetros de la órbita terrestre. Dicho con otras palabras, son objetos que se acercan a nosotros en algún momento de su trayectoria. En 1960 sólo se conocían 20 NEOs, el número era bajo simplemente porque teníamos una limitada capacidad para detectarlos. En el año 1990 el número de NEOs conocidos había subido notablemente, hasta 134. Hoy su número supera los 10.000 y continúa creciendo cada día. Los científicos piensan que la cifra total podría superar el millón.

De todos los NEOs detectados hasta ahora, casi un millar tienen más de un kilómetro de diámetro, más de 6.000 tienen entre 100 metros y un kilómetro y tan sólo se han detectado 2.800 de un tamaño inferior a los 100 metros, aunque se piensa que son los más abundantes. No es de extrañar que no se detectara el meteorito de Chelíabinsk antes de chocar. Más nos valdrá estar atentos y vigilar los cielos.


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