La mayor parte de los seres vivos que han poblado la Tierra han desaparecido para siempre. Mensualmente, Germán Fernández Sánchez les ofrece en Zoo de Fósiles la posibilidad de conocer la vida de algunas de las más extraordinarias criaturas que vivieron en el pasado y que han llegado hasta nosotros a través de sus fósiles.
Hace unos tres millones de años, el vulcanismo hizo emerger el istmo de Panamá, y los continentes de Norteamérica y Sudamérica quedaron unidos. Pero antes de eso, Sudamérica había permanecido aislada durante unos 150 millones de años, desde que se separó de África a principios del periodo Cretácico. Durante todo ese tiempo, la fauna de Sudamérica fue muy particular; sobre todo en lo que se refiere a los mamíferos. Los mamíferos sudamericanos pertenecían fundamentalmente a los marsupiales, los xenartros, como los perezosos, los armadillos y los osos hormigueros, y a varios grupos de ungulados hoy desaparecidos. El mayor depredador entre los mamíferos era el dientes de sable marsupial, Thylacosmilus, aunque con sus patas cortas y sus pies plantígrados no era un corredor veloz. Así pudieron prosperar los cocodrilos terrestres como Sebecus, del que ya hemos hablado aquí.
Pero la cúspide de la pirámide ecológica la ocupaban unos animales que habían evolucionado hacia una forma que recuerda a los tiranosaurios y otros grandes dinosaurios carnívoros de la era anterior. Eran animales de gran tamaño, corpulentos, bípedos, con garras fuertes, estrechas, curvadas y afiladas en las patas. Aunque en lugar de grandes fauces con dientes afilados tienen un pico ganchudo muy robusto, en lugar de una cola musculosa tienen probablemente una cola de plumas, y en lugar de brazos tienen alas, pero unas alas muy cortas, atrofiadas, que no sirven para el vuelo. Son los forusrácidos, conocidos como aves del terror, grandes aves carnívoras incapaces de volar. Miden entre uno y tres metros de altura, pueden llegar a pesar más de 350 kilos, y casi todas son corredoras veloces; algunas especies alcanzan los 70 km/h. Pero hace tres millones de años, con la llegada de los modernos carnívoros desde Norteamérica, comenzó su decadencia. Y los últimos forusrácidos desaparecieron hace unos dos millones de años. Los forusrácidos recuerdan a los avestruces, aunque son más corpulentos y tienen la cabeza y el pico mucho más grandes.
Hoy los forusrácidos han desaparecido, pero aún sobreviven en Sudamérica unos parientes cercanos: las chuñas. Las chuñas son unas aves corredoras de las llanuras arbustivas tropicales, sabanas y pampas de Brasil, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Argentina. Son diurnas y sigilosas, y se alimentan en el suelo pero pernoctan en los árboles. Miden poco menos de un metro; tienen el cuello, las patas y la cola largas, y las alas cortas, y suelen mantenerse erguidas, aunque corren con la cabeza gacha cuando huyen. Raramente vuelan. Tienen el pico corto, y un penacho eréctil de plumas adorna su cabeza. Son omnívoras: se alimentan de ranas, lagartos, serpientes, caracoles, insectos, polluelos, roedores, hojas, semillas y frutos, y en algunos lugares las adiestran desde pequeñas para guardar los gallineros, ya que advierten con un grito sonoro y agudo de la llegada de depredadores.
Las chuñas son, después de los ñandúes, las aves terrestres endémicas de Sudamérica más grandes. Tienen las garras afiladas; la uña del segundo dedo, muy curvada, es extensible, semejante a la de los velocirraptores. Aunque no es ni de lejos tan grande como la de aquellos dinosaurios carnívoros. Las chuñas usan esa uña superdesarrollada para trepar a los árboles y para despedazar sus presas, mientras las sujetan con el pico, cuando son demasiado grandes para tragarlas enteras.
Los primeros forusrácidos eran muy parecidos a las chuñas, aunque más curpulentos e incapaces de volar. Aparecieron hace unos 62 millones de años. Eran aves pequeñas y gráciles, de menos de un metro de altura, y entre cinco y siete kilos de peso. Como las chuñas, tenían la segunda uña de las patas curvada y extensible. Como no podían trepar a los árboles, su uso principal debía ser la caza.
Con el tiempo, los forusrácidos se hicieron más grandes. Andalgalornis, que vivió hace entre 10 y 5 millones de años, alcanzaba el metro y medio de altura, y tenía, en proporción, el pico más grande de todos los forusrácidos. Con su musculoso cuello, era capaz de matar a sus presas a picotazos.
Mesembriornis, que vivió hace entre 10 y 2 millones de años, fue uno de los últimos forusrácidos. Mide 1,5 metros de altura y sus patas son excepcionalmente musculosas. Según algunos paleontólogos, podía alcanzar los 90 kilómetros por hora, y su modo de vida era similar al del guepardo, cazando pequeñas presas a la carrera. Pero otros opinan que su velocidad no podía ser tan elevada, y que los poderosos músculos de las patas le servían para romper los huesos de sus presas a patadas y para defender sus capturas del ataque de otros depredadores.
Pero los forusrácidos más llamativos son las especies gigantes, que alcanzan hasta tres metros de altura. Hay dos grupos de forusrácidos gigantes: los brontornitinos y los forusracinos. Los primeros, más antiguos, tienen las patas muy robustas, y son animales lentos. Los segundos sobrevivieron hasta la extinción del grupo, y son más ágiles, con las patas más esbeltas.
Entre los brontornitinos, el más conocido, y el más grande, es Brontornis, el depredador dominante en la Patagonia durante el periodo Mioceno, hace entre 20 y 5 millones de años. Brontornis alcanza los 2,80 metros de altura, y pesa entre 350 y 400 kilos. No es un corredor veloz, caza por emboscada, y es también un carroñero oportunista; gracias a su enorme tamaño puede robar las presas a depredadores más pequeños. Aunque algunos estudios recientes de la anatomía de Brontornis sugieren que no se trataba de un forusrácido, sino de un pato gigante; un pato gigante carnívoro, eso sí. Pero no todos los paleontólogos están de acuerdo con esta clasificación.
Paraphysornis es otro brontornitino, algo más pequeño, que vivió en el sudeste de Brasil hace 23 millones de años. Sobre esta especie no hay dudas, se trata realmente de un forusrácido. Mide dos metros de altura, con un cráneo de sesenta centímetros de longitud.
Entre los forusracinos, los forusrácidos ágiles gigantes, se encuentra Phorusrhacos, la primera especie descubierta de este grupo y la que le dió nombre. Su descubridor fue el naturalista argentino Florentino Ameghino, que en 1887 describió un trozo de mandíbula que identificó como perteneciente a un mamífero xenartro. El nombre, que significa “portador de arrugas”, se refiere a la superficie rugosa del hueso de la mandíbula. Pocos años después, en 1891, se reconoció que se trataba de un ave. Phorusrhacos, de 2,5 metros de altura y 130 kilos de peso, habitó en bosques y pastizales de la Patagonia hace entre 20 y 10 millones de años. El cráneo de Phorusrhacos mide sesenta centímetros de longitud, de los que la mitad corresponden al pico, robusto y ganchudo. Las alas, aunque atrofiadas, no son inútiles; funcionan como cortos brazos acabados en garras con forma de garfio, con las que Phorusrhacos puede derribar a sus presas. Lo que no sabemos con certeza es cómo las mataba. O bien las atrapaba con el pico y las golpeaba repetidamente contra el suelo, como hacen hoy en día las chuñas, o bien atravesaba el cráneo de su víctima de un picotazo, matándola instantáneamente.
El mayor forusrácido, y la mayor ave depredadora conocida, fue descubierto en la Patagonia en 2006, y descrito en 2007. Se trata de Kelenken, que lleva el nombre de un temible espíritu de la mitología tehuelche que adopta la forma de una gigantesca ave rapaz. Los restos fósiles de Kelenken, un cráneo y fragmentos de un pie y de una pata, fueron descubiertos en la estación ferroviaria de Comallo, cerca de la ciudad de Bariloche, por Guillermo Oscar Aguirrezabala, y se encuentran en el Museo Paleontológico de Bariloche.
Kelenken vivió hace unos 15 millones de años, mide más de tres metros de altura y pesa más de 160 kilos. El cráneo supera los 70 centímetros de longitud, de los que casi 46 corresponden al pico, estrecho y ganchudo como el de un águila. A pesar de su tamaño, es un corredor veloz; los adultos alcanzan los 50 km/h, y las crías pueden llegar a los 80 km/h. Su modo de vida debía de ser similar al de Phorusrhacos.
Los forusrácidos no estuvieron restringidos a Sudamérica. Se ha encontrado un fragmento de hueso de forusrácido en la Antártida, cuyo origen es fácil de explicar, ya que Sudamérica y la Antártida no se terminaron de separar hasta hace unos cincuenta millones de años. Por otra parte, uno de los últimos forusrácidos, Titanis, vivió en Norteamérica; sus restos fósiles se han encontrado en Texas y en Florida. Ya hemos dicho que la llegada de los modernos mamíferos carnívoros desde América del Norte fue la sentencia de muerte para los forusrácidos. Pero su extinción no fue repentina. Tras la aparición del istmo de Panamá, algunos forusrácidos lograron invadir Norteamérica, y sobrevivieron un tiempo allí. Es el caso de Titanis.
Titanis medía 2,5 metros de altura y pesaba unos 150 kilos, aunque es probable que hubiera grandes diferencias entre machos y hembras. Alcanzaba los 65 kilómetros por hora de velocidad punta. Era muy parecido a sus parientes sudamericanos, como Phorusrhacos, aunque algo más robusto. Pero al fin los mamíferos carnívoros vencieron, y Titanis se extinguió hace unos dos millones de años, antes de que ningún ser humano llegara a América. Lamentablemente, nadie ha visto nunca un forusrácido vivo.
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