
No sabemos si existe vida más allá de la Tierra, pero, si la hubo o aún persiste en algún rincón del Sistema Solar, uno de los lugares más prometedores para buscarla es Marte. A lo largo de las últimas décadas, numerosas misiones han descendido sobre su superficie y, en la actualidad, dos rovers —Curiosity y Perseverance— exploran regiones donde, en tiempos remotos, abundó el agua líquida, un ingrediente esencial para la vida. Curiosity ha detectado carbono y moléculas orgánicas simples en rocas sedimentarias en el cráter Gale. Sin embargo, estos compuestos no bastan para demostrar un origen biológico. Los análisis indican que esas rocas permanecieron enterradas durante casi toda su historia y solo quedaron expuestas a la radiación cósmica en los últimos 78 millones de años. A partir de esta observación, un equipo de investigadores liderado por María Paz Zorzano (CAB), se planteó una cuestión fundamental: ¿podría el ADN — que es considerado un biomarcador inequívoco de la existencia de vida— resistir las duras condiciones marcianas? Escuchad la respuesta en este nuevo episodio de Hablando con Científicos.
En este episodio de Ciencia Fresca exploramos dos historias fascinantes. La primera nos lleva al Plioceno temprano, hace entre 4,6 y 4,4 millones de años, cuando el nivel del mar era unos 16 metros más alto que hoy. ¿La causa? Un planeta más cálido, con concentraciones de CO₂ en torno a 400 ppm, capaz de derretir casi todo el hielo de Groenlandia, la Antártida Occidental y parte de la Antártida Oriental. Hoy vivimos una situación similar, con niveles que superan las 420 ppm. ¿Podría ocurrir algo parecido en el futuro?
El segundo tema aborda un avance biotecnológico sorprendente: científicos han logrado que bacterias produzcan xantommatina, el pigmento que permite a pulpos y sepias cambiar de color casi al instante. Esta innovación podría revolucionar el desarrollo de materiales inteligentes, tintas fotocrómicas, protectores solares naturales y tecnologías de camuflaje activo.
En este episodio de Quilo de Ciencia “in memoriam”, Francisco Grande Covián nos guía por un tema tan inevitable como fascinante: el deterioro fisiológico del ser humano. ¿Por qué envejecemos? ¿Qué le ocurre realmente a nuestro cuerpo con el paso del tiempo? A través de ejemplos claros y datos curiosos, Grande Covián explica cómo disminuye nuestra fuerza, cambia el metabolismo y se transforma la composición corporal. Pero también revela algo esperanzador: la actividad física y una alimentación equilibrada pueden frenar parte de ese declive. Frente a los mitos sobre vitaminas milagrosas o dietas “anti-edad”, el autor defiende una visión científica, basada en la evidencia. Un viaje por la biología del envejecimiento que conecta ciencia, salud y sociedad, y nos invita a reflexionar sobre cómo queremos llegar a viejos.
Hace casi un siglo, en 1937, el paleontólogo británico Robert Broom describió un enorme primate, Dinopithecus, a partir de los restos fósiles encontrados en una cueva de Sudáfrica. Semejante a un babuino, era sin embargo más grande: se estima que las hembras pesaban una media de 31 kilos, mientras que los machos rondaban los 50 kilos, y algunos podían alcanzar los 77. Dinopithecus vivió en África entre finales del Plioceno y principios del Pleistoceno, hace unos 2,5 millones de años. Sus restos fósiles se han encontrado en Sudáfrica y en Etiopía. El cráneo es similar al de los babuinos modernos. No se han encontrado huesos del tronco ni de las extremidades de Dinopithecus, así que no sabemos cual era su modo de locomoción. Sin embargo, dado su tamaño, era probablemente cuadrúpedo y pasaba gran parte del tiempo en el suelo.
Contar los átomos de un cuerpo humano requiere un esfuerzo considerable porque estamos compuestos por átomos distintos, cada uno de los cuales contribuye con su propia masa atómica al peso corporal. Dado que cada persona tiene un peso diferente y por lo tanto distinto número de átomos, vamos a tomar como referencia a una persona concreta. Una vez obtenido ese valor, una simple operación matemática nos permitirá estimar cuántos átomos forman nuestros propios cuerpos. Desintegrar a una persona en sus átomos constituyentes puede resultar bastante doloroso, así que hemos escogido como referencia a una persona fallecida: el genio del pop, Michael Jackson. Para hacer el cálculo más ameno, ponemos algunas de sus canciones como fondo musical.
Cuando el curso de un río se hace camino a través del paisaje, trazando curvas sinuosas que se suceden una tras otra como lo haría una enorme serpiente, decimos que forma meandros. Estas estructuras tan particulares han llamado la atención de los científicos desde hace mucho tiempo. Lo que muchos desconocen es que uno de los trabajos pioneros en este campo fue publicado en 1926 en la revista alemana ‘Die Naturwissenschaften’ por Albert Einstein, el padre de las teorías de la Relatividad. Se trata de un trabajo poco conocido que Manuel Díez Minguito encontró casualmente durante sus estudios sobre la dinámica de los ríos. Manuel recuperó el original en alemán y, con la colaboración de Linda Emberger, filóloga clásica, lo ha traducido al español. Hoy les ofrecemos el texto íntegro en este capítulo del podcast ‘Océanos de Ciencia’ y conversamos con Manuel Díez Minguito y Linda Emberger para que nos cuenten su experiencia y nos ayuden a comprender el contenido del artículo.
¿Quieres pasar a la posteridad? ¿Te gustaría que un asteroide llevara tu nombre? ¿O simplemente tienes curiosidad por saber cómo se pone nombre a esos cuerpos celestes? En cualquier caso, te interesará escuchar por qué los asteroides tienen nombres de seres mitólógicos, de ciudades, de escritores y científicos famosos, de cantantes de rock o de esposas amantísimas. Todos esos nombres y muchos más pueblan los cielos. Unos nombres a los que, con muchísima suerte y si sigues los consejos de Germán Fernández, podrás añadir el tuyo.
La ficción y la ciencia ficción han jugado sin reparos con la posibilidad de que los seres humanos perduren en el tiempo en estado de animación suspendida. Desde los cuentos infantiles, como el de la Bella Durmiente, hasta las historias de viajes espaciales de larga duración, nos han presentado a personas capaces de sobrevivir durante un tiempo indefinido en estado latente, sin perder un ápice de su lozanía, sin que sus tejidos mueran y sin que su corazón o sus músculos lleguen a atrofiarse. Pero son solo historias imaginadas, la realidad es muy distinta. La realidad es que los seres humanos no podemos entrar en animación suspendida. Sin embargo, ciertos experimentos científicos parecen indicar que esa posibilidad podría ser real en el futuro. Ulises lo cuenta hoy en este programa, os invito a escucharlo.
Las neuronas se comunican entre ellas mediante impulsos eléctricos producidos por las reacciones químicas que ocurren en las uniones y terminaciones neuronales. Esas reacciones liberan iones, de potasio o sodio que son transportados por los llamados canales, canales iónicos que se encargan de su conducción. Un estudio reciente, realizado por neurocientíficos del MIT, ha comprobado que los humanos tenemos una gran diferencia con el resto de animales: el número de nuestros canales iónicos es considerablemente menor. Las neuronas humanas, con sus propiedades fijadas por la evolución son únicas y diferentes. Los neurocientíficos creen que esa densidad menor sería la forma escogida por la evolución para gastar menos energía bombeando iones, lo que le permite al cerebro usar esa energía ahorrada en algo mejor, como crear mayor número de conexiones, sinapsis, entre las neuronas o hacer que los potenciales de acción se sucedan en una proporción mayor.
En el programa de hoy emprendemos un viaje en el tiempo hasta uno de los acontecimientos más dramáticos de la historia de la vida en la Tierra. Sucedió hace 66 millones de años y fue el fin del mundo para muchas criaturas, entre ellas, los dinosaurios. Un conjunto de investigaciones han revelado que fue el impacto de Yucatán y no las erupciones volcánicas de Deccan el culpable de la extinción en masa del Cretácico-Paleógeno. Y tres investigaciones más ofrecen un relato de lo sucedido durante las dos primeras horas después de la catástrofe en tres lugares: El centro del cráter de Chicxulub y a 1.500 y 3.000 kilómetros del lugar del impacto. Además hablamos de la genética del caballo y contestamos a una pregunta.
Ibn Tufayl, nacido en Guadix (Granada) en el siglo XII, es casi con completa seguridad el científico granadino que más ha influido en el pensamiento de Occidente. Fue un fiel seguidor de Avempace y se interesó particularmente por el éxtasis intelectual de Avicena y el sufismo de Algacel. Ibn Tufayl también fue médico, primero en Granada y luego en otras ciudades del antiguo Al-Andalus. Mas tarde renunció al cargo de médico real en favor de su discípulo, Averroes. Pionero de la revolución anti-ptolomaica enraizada en las enseñanzas de Aristóteles, Ibn Tufayl negaba los epiciclos y excéntricas por su imposibilidad física, detalle de suma importancia dado que los modelos vigentes en aquella época se basaban solo en la Geometría. Su obra ““El filósofo autodidacta” se ha conservado y ejerció una gran influencia en la literatura europea.
Los viajes de Gulliver es un cuento que estimula nuestra imaginación con la posibilidad de que una misma persona (Lemuel Gulliver) pueda ser un gigante en la tierra de Liliput, en donde es doce veces más grande que sus habitantes, o un ser minúsculo en la tierra de Brobdingnag, doce veces más pequeño que las personas que allí viven. Con esta idea en mente, les invitamos a descender escalonadamente por el mundo microscópico, disminuyendo mil veces el tamaño en cada escalón. Así, una persona de tamaño medio podrá compararse con una hormiga, una bacteria, un virus, un átomo, un protón o un quark… y continuará empequeñeciendo hasta alcanzar el mínimo tamaño posible en un espacio gobernado por la geometría clásica. Ése límite se denomina “longitud de Planck”.
Algunos insectos son tan familiares que pasan casi desapercibidos, por más que estén presentes en casi todos los lugares que visitamos. Un saltamontes es un buen ejemplo de ello, a pesar de que sus larguísimas patas traseras tienen un atractivo especial, especialmente en los niños, son tan comunes que casi no los vemos. Hoy son protagonistas en un reportaje de Rosa Lencero. Después D. José Rafael Esteban Durán, entomólogo e investigador del INIA, habla del comportamiento de algunos insectos, los sonidos que emiten, la forma de reaccionar ante la luz y su comunicación mediante sustancias químicas.
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