La Meseta Antártica es uno de los entornos más extremos de la Tierra, con temperaturas que pueden descender hasta -89°C, vientos huracanados y una sequedad comparable a la de los desiertos más áridos. A pesar de estas condiciones hostiles, algunos microorganismos han desarrollado estrategias para sobrevivir en el hielo, adaptándose a la falta de luz y nutrientes. Este ambiente es análogo a los de Marte y lunas heladas como Europa (Júpiter) o Encélado (Saturno), donde el frío, la radiación y la falta de una atmósfera densa dificultan la existencia de vida. Por ello, la Meseta Antártica es un laboratorio natural que ayuda a los científicos a entender cómo la vida podría persistir más allá de la Tierra. Un equipo del Centro de Astrobiología, liderado por Víctor Parro, nuestro invitado en Hablando con Científicos, ha recorrido 2.578 km por la Meseta Antártica con un laboratorio móvil montado sobre un trineo impulsado por el viento, analizando restos de vida microbiana con la mirada puesta en la búsqueda de vida en otros mundos.
Los fósiles más antiguos del grupo de los anfibios modernos, formado por las ranas y sapos, las salamandras y tritones, y las cecilias, los lisanfibios, se remontan al Triásico, hace unos 250 millones de años. Las ranas más antiguas que conocemos son Triadobatrachus y Czatkobatrachus, que vivieron en el Triásico inferior, hace unos 250 millones de años. Con las salamandras y tritones pasa algo parecido. Los fósiles más antiguos, descubiertos en Kirguistán en los años 70, son los de Triassurus, del Triásico superior, hace unos 230 millones de años. El registro fósil de las cecilias es aún más escaso. El primer fósil de estos anfibios sin patas semejantes a grandes lombrices, una vértebra aislada, se descubrió en 1972. Hasta 2023, la cecilia fósil más antigua era Eocaecilia, del Jurásico inferior de Arizona, con una antigüedad de entre 175 y 200 millones de años.
En el capítulo del libro del Dr. Francisco Grande Covián La Alimentación y la Vida, que abordamos hoy, el investigador nos traslada desde la actualidad hasta hace más de doscientos años para recuperar la memoria del gran fisiólogo francés François Magendie. Fue este científico quien, en sus experimentos con animales, realizó la primera observación indicativa de la existencia de la vitamina A. Sin embargo, como sucedió con Gustav von Bunge, del que hablamos en el episodio anterior, la contribución de Magendie no fue debidamente reconocida. Escuchad y disfrutad con la primera parte de la interesante historia que, con su habitual maestría, el Dr. Grande Covián nos ofrece hoy, y acabará de ofrecernos en el siguiente episodio de Quilo in Memoriam.
Contar los átomos de un cuerpo humano requiere un esfuerzo considerable porque estamos compuestos por átomos distintos, cada uno de los cuales contribuye con su propia masa atómica al peso corporal. Dado que cada persona tiene un peso diferente y por lo tanto distinto número de átomos, vamos a tomar como referencia a una persona concreta. Una vez obtenido ese valor, una simple operación matemática nos permitirá estimar cuántos átomos forman nuestros propios cuerpos. Desintegrar a una persona en sus átomos constituyentes puede resultar bastante doloroso, así que hemos escogido como referencia a una persona fallecida: el genio del pop, Michael Jackson. Para hacer el cálculo más ameno, ponemos algunas de sus canciones como fondo musical.
Cuando el curso de un río se hace camino a través del paisaje, trazando curvas sinuosas que se suceden una tras otra como lo haría una enorme serpiente, decimos que forma meandros. Estas estructuras tan particulares han llamado la atención de los científicos desde hace mucho tiempo. Lo que muchos desconocen es que uno de los trabajos pioneros en este campo fue publicado en 1926 en la revista alemana ‘Die Naturwissenschaften’ por Albert Einstein, el padre de las teorías de la Relatividad. Se trata de un trabajo poco conocido que Manuel Díez Minguito encontró casualmente durante sus estudios sobre la dinámica de los ríos. Manuel recuperó el original en alemán y, con la colaboración de Linda Emberger, filóloga clásica, lo ha traducido al español. Hoy les ofrecemos el texto íntegro en este capítulo del podcast ‘Océanos de Ciencia’ y conversamos con Manuel Díez Minguito y Linda Emberger para que nos cuenten su experiencia y nos ayuden a comprender el contenido del artículo.
Hoy hablamos de una investigación de la Universidad de Tokio que ha encontrado una alternativa revolucionaria al cobalto en las baterías de iones de litio. El cobalto es un material con serios problemas ambientales y sociales vinculados a su extracción. Continuamos mirando al interior de la Tierra porque una investigación indica que bajo el Pacífico y bajo África, en las profundidades del manto terrestre, se encuentran restos del Theia, el planeta que chocó con la Tierra y generó la Luna. Comentamos el desarrollo de un dispositivo subacuático que captura moléculas liberadas al mar por organismos marinos. Esta captura concentra a las moléculas disueltas y permite el análisis de sus estructuras moleculares y sus potenciales propiedades como nuevos fármacos o medicamentos. Y terminamos hablando de un experimento del CERN que ha demostrado que la antimateria se comporta bajo la acción de la gravedad como la materia ordinaria.
¿Quieres pasar a la posteridad? ¿Te gustaría que un asteroide llevara tu nombre? ¿O simplemente tienes curiosidad por saber cómo se pone nombre a esos cuerpos celestes? En cualquier caso, te interesará escuchar por qué los asteroides tienen nombres de seres mitólógicos, de ciudades, de escritores y científicos famosos, de cantantes de rock o de esposas amantísimas. Todos esos nombres y muchos más pueblan los cielos. Unos nombres a los que, con muchísima suerte y si sigues los consejos de Germán Fernández, podrás añadir el tuyo.
La ficción y la ciencia ficción han jugado sin reparos con la posibilidad de que los seres humanos perduren en el tiempo en estado de animación suspendida. Desde los cuentos infantiles, como el de la Bella Durmiente, hasta las historias de viajes espaciales de larga duración, nos han presentado a personas capaces de sobrevivir durante un tiempo indefinido en estado latente, sin perder un ápice de su lozanía, sin que sus tejidos mueran y sin que su corazón o sus músculos lleguen a atrofiarse. Pero son solo historias imaginadas, la realidad es muy distinta. La realidad es que los seres humanos no podemos entrar en animación suspendida. Sin embargo, ciertos experimentos científicos parecen indicar que esa posibilidad podría ser real en el futuro. Ulises lo cuenta hoy en este programa, os invito a escucharlo.
Las neuronas se comunican entre ellas mediante impulsos eléctricos producidos por las reacciones químicas que ocurren en las uniones y terminaciones neuronales. Esas reacciones liberan iones, de potasio o sodio que son transportados por los llamados canales, canales iónicos que se encargan de su conducción. Un estudio reciente, realizado por neurocientíficos del MIT, ha comprobado que los humanos tenemos una gran diferencia con el resto de animales: el número de nuestros canales iónicos es considerablemente menor. Las neuronas humanas, con sus propiedades fijadas por la evolución son únicas y diferentes. Los neurocientíficos creen que esa densidad menor sería la forma escogida por la evolución para gastar menos energía bombeando iones, lo que le permite al cerebro usar esa energía ahorrada en algo mejor, como crear mayor número de conexiones, sinapsis, entre las neuronas o hacer que los potenciales de acción se sucedan en una proporción mayor.
En el programa de hoy emprendemos un viaje en el tiempo hasta uno de los acontecimientos más dramáticos de la historia de la vida en la Tierra. Sucedió hace 66 millones de años y fue el fin del mundo para muchas criaturas, entre ellas, los dinosaurios. Un conjunto de investigaciones han revelado que fue el impacto de Yucatán y no las erupciones volcánicas de Deccan el culpable de la extinción en masa del Cretácico-Paleógeno. Y tres investigaciones más ofrecen un relato de lo sucedido durante las dos primeras horas después de la catástrofe en tres lugares: El centro del cráter de Chicxulub y a 1.500 y 3.000 kilómetros del lugar del impacto. Además hablamos de la genética del caballo y contestamos a una pregunta.
Ibn Tufayl, nacido en Guadix (Granada) en el siglo XII, es casi con completa seguridad el científico granadino que más ha influido en el pensamiento de Occidente. Fue un fiel seguidor de Avempace y se interesó particularmente por el éxtasis intelectual de Avicena y el sufismo de Algacel. Ibn Tufayl también fue médico, primero en Granada y luego en otras ciudades del antiguo Al-Andalus. Mas tarde renunció al cargo de médico real en favor de su discípulo, Averroes. Pionero de la revolución anti-ptolomaica enraizada en las enseñanzas de Aristóteles, Ibn Tufayl negaba los epiciclos y excéntricas por su imposibilidad física, detalle de suma importancia dado que los modelos vigentes en aquella época se basaban solo en la Geometría. Su obra ““El filósofo autodidacta” se ha conservado y ejerció una gran influencia en la literatura europea.
Los viajes de Gulliver es un cuento que estimula nuestra imaginación con la posibilidad de que una misma persona (Lemuel Gulliver) pueda ser un gigante en la tierra de Liliput, en donde es doce veces más grande que sus habitantes, o un ser minúsculo en la tierra de Brobdingnag, doce veces más pequeño que las personas que allí viven. Con esta idea en mente, les invitamos a descender escalonadamente por el mundo microscópico, disminuyendo mil veces el tamaño en cada escalón. Así, una persona de tamaño medio podrá compararse con una hormiga, una bacteria, un virus, un átomo, un protón o un quark… y continuará empequeñeciendo hasta alcanzar el mínimo tamaño posible en un espacio gobernado por la geometría clásica. Ése límite se denomina “longitud de Planck”.
Algunos insectos son tan familiares que pasan casi desapercibidos, por más que estén presentes en casi todos los lugares que visitamos. Un saltamontes es un buen ejemplo de ello, a pesar de que sus larguísimas patas traseras tienen un atractivo especial, especialmente en los niños, son tan comunes que casi no los vemos. Hoy son protagonistas en un reportaje de Rosa Lencero. Después D. José Rafael Esteban Durán, entomólogo e investigador del INIA, habla del comportamiento de algunos insectos, los sonidos que emiten, la forma de reaccionar ante la luz y su comunicación mediante sustancias químicas.
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