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Ulises y la Ciencia

Desde abril de 1995, el profesor Ulises nos ha ido contando los fundamentos de la ciencia. Inspirado por las aventuras de su ilustre antepasado, el protagonista de la Odisea, la voz de Ulises nos invita a visitar mundos fascinantes, sólo comprendidos a la luz de los avances científicos. Con un lenguaje sencillo pero de forma rigurosa, quincenalmente nos cuenta una historia. Un guión de Ángel Rodríguez Lozano.

Golf en La Luna.

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Febrero de 1971. Millones de espectadores observaban, con la mirada fija en el televisor, al norteamericano Alan Shepard en el recorrido de golf más apasionante jamás realizado. Alan, vestido en un traje plateado que reflejaba la luz del Sol con tal intensidad que saturaba la cámara que lo estaba grabando, dejó caer la bola en el suelo, tomó su palo de golf – un hierro 6 un poco rudimentario-, y se preparó para realizar el “drive” más extraño de la historia de ese deporte. Saltaba a la vista que su estilo y atuendo dejaban mucho que desear. Sus manos iban enfundadas en unos guantes gruesos e hinchados, el traje abultado e incómodo, cubría todo su cuerpo sin dejar ni un solo milímetro de su piel a la intemperie. Una escafandra enorme cubría su cabeza y reflejaba el entorno con tonos dorados ocultando la cara del jugador. Sobre su espalda una voluminosa mochila completaba la estrafalaria vestimenta. Todo a su alrededor parecía un despropósito para un deporte tan elitista, pero, después de todo, tampoco era esa su profesión. Alan Shepard era astronauta, tras él se levantaba la imponente figura del módulo de descenso lunar del Apolo 14.

El entorno era sobrecogedoramente extraño. El Sol brillaba con fuerza, pero el cielo era negro azabache, cuajado de millones de estrellas. Apartada del Astro Rey, La Tierra, enorme, lucía su cuarto menguante. Alan, despreciando el protocolo de buen golfista, sujetó el palo con una sola mano y lo levantó todo lo que las incómodas costuras de su traje le permitían. Con movimiento inseguro, el extremo del palo describió una curva a velocidad creciente hasta golpear un suelo de polvoriento y gris. La bola, lejos de moverse, quedó sepultada bajo el fino polvo que la sustentaba. Su compañero, Edgar Mitchell, único espectador en el campo, no pudo reprimir la frase:“Has golpeado más polvo que bola esta vez”.

Pero el golfista lunar no pareció inmutarse. Al fin y al cabo, jugar al golf con una vestimenta que en Tierra superaría el centenar de kilos de peso y tan rígido que ni siquiera le permitía agacharse, era un hándicap considerable. Desenterró la pelota con calma con el palo y se preparó para intentarlo de nuevo. Esa vez al menos rozó ligeramente la bola, pero rodó apenas un metro hacia un lado. ¡Había vuelto a fallar!. Contrariado, se dispuso a intentarlo una vez más. Levantó el palo y golpeó la pelota con toda la fuerza que le permitía su traje espacial. Ningún sonido reveló el choque, pero esta vez la bola se elevó rápidamente sobre el cielo estrellado perdiéndose en la lejanía. El golfista exclamó eufórico: “Millas, millas y millas”.

La verdad es que no fue para tanto. Aquel golpe, que alcanzaría fama mundial, no envió la bola tan lejos como había pregonado Shepard. Según cálculos posteriores, la pelota de golf voló durante 15 segundos y cayó tan cerca que, minutos más tarde, la distancia fue superada por otro hito del deporte espacial, aunque mucho menos conocido, el lanzamiento de jabalina que realizó su compañero Edgar Mitchell con un bastón del experimento del viento solar. Podríamos decir que fueron los primeros Juegos olímpicos siderales de la historia, así que cualquier resultado era merecedor de medalla, al fin y al cabo, habían sido realizados en un lugar en el que las leyes físicas imponen al ser humano límites inéditos y metas extrañas.

No era el primer récord de Alan Shepard, ostentaba otro del que apenas se habla, aunque éste no fuera un récord mundial sino norteamericano. Fue el primer astronauta de Estados Unidos que visitó el espacio exterior a la Tierra. Lo hizo el 5 de mayo de 1961, pero tan sólo fue un vuelo soborbital de apenas 15 minutos de duración. No llegó a circunvalar la Tierra, eso lo había conseguido el soviético Yuri Gagarin el mes anterior y volvería a hacerlo John Gleen al año siguiente. El de Shepard fue un vuelo parabólico que le elevó 185 kilómetros sobre la superficie terrestre y cayó en el Atlántico a menos de 500 kilómetros del lugar de lanzamiento en Cabo Cañaveral.

La Luna tiene sus ventajas y sus inconvenientes para las prácticas deportivas. La atracción de la gravedad es menor que en la Tierra; allí, nuestra báscula de baño indicaría una sexta parte del peso que marca aquí. Pero una criatura con los músculos forjados por la gravedad terrestre puede lograr proezas increíbles en cuerpos menores. El deporte del golf tiene en la Luna ventajas incuestionables. La atmósfera es inexistente y ello implica que la bola, una vez emprendido el vuelo, no sufre freno alguno por el roce con el aire y sigue una parábola perfecta. Un golpe realizado con la misma pericia y potencia de un campeón aquí, alcanzaría distancias jamás soñadas antes de tocar el suelo lunar. Sin embargo, lograr allí un buen golpe, no es fácil, porque, como sucedió aquel día de 1971, las condiciones en la superficie de nuestro satélite son tan extremas que imponen al jugador unas limitaciones notables.

Un maestro del golf necesita, para jugar en La Luna, algo más que las elegantes prendas de vestir que lo caracteriza. Una vestimenta reglamentaria dejaría al golfista “fuera de juego” en poco más de 15 segundos y… ¡para siempre!. La falta de oxígeno le dejaría inconsciente; la ausencia de presión atmosférica haría hervir la sangre y los fluidos corporales de inmediato; la temperatura sería letal, si estuviera sin protección bajo los rayos del Sol se asaría a 130 grados centígrados, pero protegerse a la sombra podría ser peor, quedaría congelado a 150 grados bajo cero. Por si esto fuera poco, la radiación cósmica, las partículas del viento solar y los micrometeoritos, que son fragmentos interplanetarios que se mueven mucho más rápido que una bala, le darían el tiro de gracia. Así pues, jugar al golf “al aire libre” en la Luna es un eufemismo, allí no hay aire.
Una opción, si el futuro de la exploración espacial lo permite, sería disfrutar de la estancia en un complejo protegido por una gran cúpula que permita contener una atmósfera y que esté dotada, por supuesto, de la protección adecuada para la supervivencia, sin necesidad de un apoyo vital individual.

Mientras esa supuesta base lunar llega – si es que llega algún día- el traje reglamentario para jugar al golf en la Luna debe cumplir ciertas exigencias por el bien del jugador y de cualquier otra persona que quiera acompañarle dando un paseo por el campo lunar. El traje utilizado por Shepard en aquella ocasión era eficaz para mantenerle vivo pero poco práctico para la realización de los movimientos que exige la práctica de cualquier deporte. Por supuesto, lo que hasta ahora se está estudiando tiene como objetivo mejorar la flexibilidad y la agilidad de pudieron tener los astronautas que visitaron la Luna hace ya medio siglo. La NASA, por ejemplo, está diseñando y fabricando lo que se conoce como “traje espacial de próxima generación” denominado xEMU, un proyecto cuya complejidad es tal que su precio supera los 260 millones de dólares. Ahí es nada. Pero no nos pongamos nerviosos por el precio, todo en el espacio es caro, especialmente cuando lo que existe alrededor está empeñado en matarnos.

Como nuestro interés es hacer deporte en la Luna y seguir vivos, en este capítulo de “Ulises y la Ciencia” os contamos cómo debe ser la vestimenta espacial de un astronauta, se dedique o no, al golf lunar.

(Angel Rodríguez Lozano 17/01/2022)

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